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INSTITUCIÓN EDUCATIVA SAN PABLO
Resolución
16170 del 27 de Noviembre de 2002
“Nos formamos en el saber, saber hacer y el ser para la vida”
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GUÍA DE APRENDIZAJE
ÁREA O ÁREAS INTEGRADAS
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Lecto escritura
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GRADO
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8-9
CS2
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GUÍA Nº
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4
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PERIODO
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2
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TIEMPO
DE DESARROLLO DE LA GUIA
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4 SEMANAS
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DOCENTES
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Yirlesa Pino - William Barrientos Londoño
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TEMA
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comprensión lectora
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DBA
RELACIONADO
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TEORÍA Y EJEMPLOS
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TEXTO 1
Creación del hombre catío, fruto de una rivalidad
Cuando el mundo era dominado por la soledad y el hombre aún no daba
sus primeros pasos por estos lares, Caragabí, el supremo dios de los catíos,
hizo a la mujer y al hombre de una piedra llamada mompahuará. Una vez
configuró a la pareja, sopló a cada uno por sus extremidades superiores e
inferiores, así como por su cabeza. De esta manera obtuvieron la vida, pero
no hablaban; sólo se reían.
Ante el hecho de que aquellas creaciones habían quedado defectuosas,
Tutruicá (dios rival de Caragabí, cuyas realizaciones, según dicen las
leyendas catías, eran mejores que las del supremo) creó de nuevo al primer
hombre y a su consorte, pero en esta oportunidad los hizo de barro. Esa
pareja fue superior a la original, pues además de que ambos eran animados y
se reían, también tenían movimiento y andaban.
Aunque Caragabí vio herido su orgullo por los resultados de su
antagonista de siempre, tuvo que aceptar que la labor de Tutruicá fue mejor
que la suya y se vio obligado a pedirle a su rival que le enseñase la manera
de crear los seres a su modo.
Tutruicá insultó a Caragabí y éste fue el principio de muchos
enfrentamientos, pues la deidad suprema pensó en ahorcar a su rival si éste
no le revelaba su preciado secreto.
Sin embargo, y ante la sorpresa de Caragabí, Tutruicá cambió de idea
y se compadeció de Caragabí, al ver que
Éste no era capaz de crear al hombre en toda su perfección. Fue así
como le escribió un mensaje en el cual le indicaba que el procedimiento
acertado era elaborar las figuritas de barro y no de piedra.
Haciendo a un lado su rabia y su orgullo, Caragabí aceptó las
insinuaciones y creó la primera pareja de barro. Una vez finalizada esta
parte de la obra, aquel dios se quitó un fragmento de su costilla, formó una
bolita y la introdujo en las dos imágenes. A su contacto adquirieron vida y
tomaron aire, pero todavía no se sostenían en pie. Sopló, entonces, sobre
ellas, y ya hablaban y se movían con toda la perfección. La costilla
contribuyó a quitarles la pesadez inherente a la tierra.
Y a pesar de su generoso gesto, Tutruicá no dejó de criticar las
obras de Caragabí y señaló que aquellos seres tenían el defecto de ser
mortales, afirmación que el dios supremo de los catíos ignoró y respondió con
esta máxima: “cuando mueran, recogeré sus almas y las llevaré al cielo, donde
se volverán inmortales”. (FINALIZACIÓN TEXTO 1)
TEXTO 2
Bachué, la madre que emergió del agua
Cerca de Tunja, en zona habitada por los muiscas, la laguna de
Iguaque brillaba con luz propia, en medio de un paisaje de ensueño: aves
cantarinas, un clima primaveral, un sol resplandeciente y una tranquilidad
sin par.
Aquel idílico escenario fue el telón de fondo para la aparición de
Bachué, quien rompió la calma al emerger de las aguas de Iguaque
y trastornó por completo la rutina de los habitantes del lugar.
Y es que no era para menos, pues además de tratarse de una
desconocida que hizo presencia en la comunidad, su físico no la dejaba pasar
desapercibida: era morena, de senos redondos y firmes; caminaba con firmeza,
exhibiendo piernas ágiles, y debido a su tradición de nadadora, mostraba
pantorrillas y muslos fuertes. Llegó coronada de guirnaldas y con el aroma de
quien debía cumplir una
comprometedora misión en este mundo.
A todo lo anterior, la mujer sumaba una singular seña: en su mano
derecha llevaba un agraciado niño de tres años, visto por los dioses como su
hijo preferido. La mujer, con el niño tomado de la mano, caminó sobre el agua
hasta llegar a la ribera de la Laguna. Luego se alejó de la orilla y se
dirigió hacia un remoto paradero,
donde fijó sus aposentos y los del pequeño.
Con el paso del tiempo, el menor creció y se transformó en hombre. Bajo estas condiciones, Bachué
se casó con él, acto considerado como el principio de la raza humana.
Meses más tarde, en su primer embarazo, la mujer dio a luz a cuatro
hijos; posteriormente, ostentando una increíble fertilidad, la madre Bachué
incrementó su prole sin parar: siempre tenía cuatro, cinco, seis, o más
hijos.
Así transcurrió la vida de Bachué y de su pareja, avanzando por
poblados y campos, donde se reproducían y dejaban su huella con numerosa
dependencia, a la que enseñaron
labores como tejer, construir sus chozas y elegir los más adecuados
para su salud; igualmente, le impartieron esenciales principios morales.
El tiempo siguió su inevitable paso y se hizo sentir sobre Bachué,
cuyo cuerpo se deterioró, más su alma y su cariño hacia la humanidad se
conservaron intactos.
En ese instante, la madre percibió que su labor en la tierra estaba
realizada, y con su cónyuge se preparó para volver al más allá.
Se fue, entonces, para la laguna de Iguaque. En aquel paraje,
acompañada por su descendencia, se lanzó a las aguas con su esposo.
Al ingresar a la laguna, Bachué y su pareja tomaron forma de serpiente y se perdieron
en el fondo de Iguaque, lecho que les sirvió como última morada, así como
había sido el punto de partida de sus existencias.
Dice la historia que de vez en cuando la madre de la humanidad,
encarnada como serpiente (signo de sabiduría), se deja ver sobre la laguna de
Iguaque, para que sus hijos Nunca olviden los preceptos que ella les enseñó.
Desde el regreso de Bachué y su esposo al seno de aquellas aguas,
éstas fueron centro de adoración para varias generaciones, quienes llevaban
sus ofrendas, oraban y acudían a pedir perdón o a suplicar por un mejor
futuro. La fe de la comunidad era tal, que siempre confió en que sus
plegarias eran escuchadas por la autora de sus días.
Bachué recibió el título de madre de la humanidad y como llegó del agua, su prole se
acostumbró a rendir culto a las criaturas propias de las profundidades; fue
así como se elaboraron aderezos de oro con forma de batracios, usaron dijes
de lagartos, le concedieron a las ranas el carácter de divinas y, de paso,
las catalogaron como símbolo de
fertilidad. (FINALIZACIÓN TEXTO 2)
TEXTO 3
El cacto y el junco
Leyenda Chibcha
Tintoba, un hermoso muchacho de veinte años, alto y fuerte, con el
pelo negro y los ojos oscuros de los chibchas, un día quiso conocer el mundo
y se fue de casa.
Recorrió los verdes valles de Sogamoso, se alimentó de curubas en
Duitama y bebió miel en Tibasosa. Hizo
animalitos de barro en Ráquira, sacó esmeraldas de las rocas del Muzo, y en
la laguna de Tota aprendió a pescar.
Un día cualquiera, fue a bañarse a una quebrada de piedras redondas.
Estaba tan cansado que se quedó dormido debajo de un sauce. Entre sueños oyó
voces y risas de mujeres que habían ido a buscar agua. Despertó cuando la
última de ellas, antes de alejarse, le ofreció de beber. Tintoba quedó
prendado de sus ojos que le sonreían y desafiaban la negrura del carbón que
él había picado en la minas. Le bastó mirarla para quedar enamorado de ella.
Ella apagó su sed pero encendió su corazón. Sin embargo, Tintoba no
la siguió de inmediato. Mirando las nubes, y mientras secaba al Sol su ropa
recién lavada, se puso a pensar en las palabras que le diría. Cuando llegó en
su busca al pueblo más cercano, nadie supo darle razón: había olvidado
preguntarle su nombre. Mas como no podía sacarse de la cabeza el brillo de
aquella mirada, decidió instalarse allí hasta encontrarla. Le enseñaron a
trabajar la lana y empezó a tejer una manta, con la esperanza de obsequiarla,
en una ocasión, a su amada.
Un día se encontraba Tintoba en su telar, entretejiendo lanas de
colores con suspiros de amor, cuando la gritería de unos niños lo sacó de su
ensimismamiento. Acababa de asomar por el camino una rica comitiva de hombres
cargados de pieles, plumas y joyas para la hija del cacique del lugar.
Tardaron más los pregoneros en salir a anunciar la boda de la princesa con el
poderoso cacique de otras tierras, que Tintoba en sentir una punzada en el
corazón, al presentir la tragedia de su amor. No pudo concentrarse más en su
trabajo. Le molestó la alegría de los otros. Al atardecer lloró sin saber por
qué.
Esa misma noche, paseando su desasosiego, encontró llorando a una
bella muchacha, acurrucada contra el tronco de un árbol. Ella alzó la cara al
sentirse observada, y él reconoció aquellos ojos. La muchacha desconsolada
era la misma que un día le había calmado la sed. Ella le contó que se llamaba
Súnuba, que era la prometida del cacique guerrero y que era infeliz porque su
padre la obligaba a casarse con un hombre a quien jamás podría amar. Tintoba
comprendió que cuando la había dado agua en la quebrada, Súnuba también se
había prendado de él. Desde ese momento y en ese mismito bosque de y
arrayanes, se dieron besos todas las noches a la luz de la luna. La víspera
de la inevitable boda lloraron abrazados. Cuando a la madrugada el cielo se
fue en azul, del alba, y cantaron los primeros pájaros, Tintoba se despidió
de su amada bajo juramento de reunirse con ella algún día.
Tintoba regresó a casa de sus padres, pero como no podía dejar de
pensar en Súnuba, un día, desesperado, decidió ir a buscarla. Al llegar a la
vivienda del cacique guerrero dijo que traía unas esmeraldas de regalo para
la princesa y los guardias lo dejaron pasar.
El cacique había partido a luchar contra otra tribu, de manera que
los enamorados pudieron encontrarse sin preocupación. Súnuba lo nombró su
centinela particular para poder tenerlo siempre a su lado sin despertar
sospechas. Pero la felicidad se refleja en la cara y el amor desata envidias.
Súnuba se puso más hermosa que nunca y el centinela favorito fue sorprendido
varias veces dormido en horas de guardia. Empezaron las habladurías entre las
otras mujeres del cacique y apenas él regresó victorioso y cargado de regalos
para Súnuba, ellas, celosas, le contaron lo que todo el pueblo ya sabía y
desaprobaba.
Súnuba corrió a avisarle a Tintoba el peligro que corrían y los dos
huyeron por campos y atajos, que pocos como él conocían, hasta llegar al
valle donde vivían los padres de Tintoba. Súnuba aprendió a hilar. Juntos
sembraron árboles frutales que darían peras jugosas y duraznos tiernos. La
vida le sonría.
Una tarde, al regreso del trabajo, Tintoba encontró en la casa a un
viajero que había llegado a pedir un sorbo de agua y un banco para descansar.
Apenas se vieron se reconocieron. Era un mensajero del cacique guerrero que
por fin había dado con el paradero de los amantes fugitivos y reveló su
secreto. Los familiares quedaron horrorizados pues sabían, como todo chibcha,
que aquel que robaba la mujer de otro sería castigado.
Súnuba y Tintoba comparecieron ante el Gran Sacerdote de Sogamoso. Él
ordenó que ella debía volver a donde su esposo. Tintoba debía ofrecer
sacrificios para aplacar la ira divina. Antes de partir, Súnuba pidió permiso
para ir por sus joyas y aprovechó el momento para huir con Tintoba.
De repente un gran ruido retumbó en el valle y la tierra se
estremeció. Los amantes corrieron despavoridos loma abajo. En su carrera
desenfrenada, Tintoba sintió que sus piernas no le obedecieron más, y en un
momento su cuerpo entero se convirtió en un cacto lleno de punzantes espinas.
Súnuba también quedó presa entre los fangales de una laguna y adquirió forma
de junco.
La tierra volvió al reposo. Hoy todavía están allí: el cacto a la
orilla de la laguna donde se mece el junco. Se ven siempre, pero no pueden
hablarse. (FINALIZACIÓN TEXTO 3)
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ACTIVIDAD EVALUATIVA
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agosto 6: REALICE UNA REFLEXIÓN DE MÍNIMO MEDIA PÁGINA DE CADA
LECTURA.
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CIBERGRAFIA Y BIBLIOGRAFÍA
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